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ANÁLISIS | Yomawari: Midnight Shadows

written by Oscar Martínez 24 octubre, 2017

A finales de octubre de 2015 llegaba Yomawari: Night Alone, una pequeña propuesta de las manos de Nippon Ichi Software que se proponía reconstruir el género del terror de una forma más personal y con un marcado carácter minimalista. Su éxito lo convirtió en uno de los imprescindibles de la portátil de Sony, abriendo paso a la obra que nos ocupa hoy: Yomawari: Midnight Shadows.

Se suele decir que «segundas partes nunca fueron buenas» pero esta suerte de secuela —que pese a encontrarse directamente relacionada con el primer título presenta una historia original— refina la fórmula con la que su antecesor se establecía. Para ponernos en contexto, Yomawari: Mignight Shadow nos presenta a dos pequeñas, Yui y Haru, que observan un espectáculo de fuegos artificiales sobre un pueblo rural japonés. El momento narra uno de sus últimos momentos juntas, ya que Haru abandonará pronto el pueblo. Pese a ello —en una tierna escena que sirve de base para su argumento y como lazo emocional con el jugador— las chicas se prometen seguir siempre juntas. Esto desarrolla su eje narrativo, al verse separadas poco después por una fuerza sobrenatural que abre paso al juego.

Yomawari: Midnight Shadows

La mayor virtud de Yomawari es, como decía, la forma en que trata a su género y su coherencia dentro de este aspecto. Las protagonistas son niñas pequeñas, por lo que su capacidad para moverse o correr, siempre indicada con una barra blanca bajo nuestros pies, es reducida. Encontrarse con un espíritu las asusta, reduciendo aún más esa capacidad y convirtiéndolas en objetivos fáciles. Por otro lado, la única «arma» que son capaces de empuñar es una simple linterna, que pese a hacer su tarea algo más fácil, no amedrenta a la mayoría de secretos que se esconden en la noche. Contamos, eso sí, con la posibilidad de escondernos tras ciertos objetos, algo que ya arrastra de su antecesor pero que complementa con un gran número de elementos disponibles para ocultarnos: desde un seto de jardín hasta un coche abandonado, pasando por tocones y carteles de pie. Para facilitar las cosas, el juego se mueve con una vista axonométrica que permite abarcar siempre un gran rango de visión — alejándose del clásico estilo asfixiante y opresivo para generar la sensación de terror. Pese a todo, vale la pena ir con cuidado porque el juego se guarda varias cartas en la manga y suelen representarse en forma de sorpresas desagradables, punto que utiliza para mantener la tensión y conseguir que el jugador no se relaje al encontrar estas facilidades.

Y es que, pese a la ambientación del título, el terror no juega un papel tan importante en la obra como lo hace en otros juegos del mismo género. Es algo que en parte se debe a la raíz cultural de ese miedo. Yomawari: Midnight Shadows se ambienta en las creencias japonesas, mientras que se apoya en la inocencia infantil para relatarlo. A raíz de esto, muchos de los horrores que aparecen en el título son simples cuentos de cama orientales y, aunque no quitan peso a su ambientación ni jugabilidad (de hecho, ser atrapado por cualquiera de ellos significa una muerte instantánea), se utilizan antes como excusa para narrar su historia y situarla en un espacio creíble.

Es este espacio uno de los mayores exponentes del título y prácticamente un protagonista más del mismo. El primer Yomawari nos permitía recorrer varios puntos del pueblo, pero éste añade también una serie de espacios cerrados con los que experimentar. No faltan algunos clásicos como la biblioteca, la mansión encantada o la fábrica abandonada. Todos ellos cuentan con un diseño de niveles orgánico que ofrece una nueva capa al juego gracias a la diversidad de escenarios y mecánicas que propone cada uno de ellos. Además hacen uso de un apartado artístico muy característico que se aleja del estándar en pos de ofrecer paisajes más estilizados y simples, generando a través de estos una sensación de miedo tan innata como la de la propia aversión a la oscuridad. Es algo que apunta al realismo, a esos momentos de caminar por una calle desierta y girar la cabeza de vez en cuando para asegurarse de que no hay nadie detrás. Son, de nuevo, espacios simples y mundanos, pero que ayudan a identificarse y despiertan sensaciones más cercanas que otros ambientes más cuidados.

Su apartado sonoro no destaca tanto como el artístico pero pone su grano de arena con los efectos de sonido. Por lo general, Yomawari: Midnight Shadows se encuentra desprovisto de banda sonora, pero hace especial hincapié en los sonidos que rodean a las chicas. El silencio genera una sensación constante de tensión y los latidos del corazón de las pequeñas se convierten en los protagonistas sonoros del título, acelerándose cuando un peligro se acerca a modo de aviso — algo que resulta especialmente útil cuando nos escondemos. Los propios desarrolladores nos aconsejan al empezar a jugar que apaguemos las luces y utilicemos auriculares, de modo que la inmersión se incremente sobremanera si seguimos sus consejos.

Yomawari: Midnight Shadows trastea con los elementos del terror y el survival horror para ofrecernos algo nuevo. Su historia, pese a parecer simple desde un principio, se atreve a hablar del amor y de los lazos emocionales de una forma original y refrescante y es capaz de seguir sorprendiendo al jugador incluso tras acabarla — especialmente a aquellos que hayan jugado a su primer título. La ambientación y el apartado artístico son una proeza de los entornos en dos dimensiones y transmiten su terror sin necesidad de hacer uso de mecánicas clásicas como los giros de cámara bruscos o los ambientes opresivos. Esto último se ve compensado por un apartado sonoro que destaca los silencios y acompaña la aventura con todo un abanico de efectos de sonidos que suman mucho a su inversión. Con esto Yomawari: Midnight Shadows se convierte en un lanzamiento a tener en cuenta, especialmente en PlayStation Vita, donde encaja mejor con sus apartados minimalistas, tanto para aquellos ajenos al género como para los que busquen una vuelta de tuerca a lo más clásico.

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