Regalar una flor es demasiado fácil
La aventura gráfica es un género que experimentó un claro apogeo allá por los 90, pero previo a todo apogeo, hay unos inicios. Antes de que Guybrush Threepwood soñara siquiera con ser el último grumete de la balsa más cutre de Monkey Island, Larry Laffer ya estaba surcando los bares (con B y con vodka) en busca de la madre de sus hijos. El Lefty puede no ser un lugar muy glamuroso, pero por algún sitio había que empezar. Hoy echamos la vista atrás y analizamos una de las sagas que hicieron historia dentro del género de aventuras.
Situada en apenas cuatro escenarios básicos, la primera aventura del señor Laffer sentó las bases de lo que acabaría siendo una saga llena de humor verde y chistes fáciles – y no tan fáciles – sobre sexo. Sobra decir que no es una serie para todos los públicos, y cuenta de ello da el examen al que se nos somete nada más empezar a jugar para comprobar si cumplimos con el requisito de la edad. ¡Niños no!
Buscando el amor en los peores lugares
Pero Larry no es ningún guarro. Quizá al principio de la noche, cuando se acerca a todo lo que ve que tiene el pelo más largo de lo normal y un buen par de ojos (quería decir tetas, pero no sé si se puede en internet), quizá entonces sí sea cierto que lo único que busca es una cama y un cigarro de después, pero pronto se da cuenta de que eso no es suficiente. Larry es un romántico, un caballero, un hombre de la vieja escuela…y eso significa, por mucho que nos duela a todos, que no está bien de la cabeza y que no le cuesta demasiado perderla cuando se le ponen delante dos piernas bonitas y le regalan un poco el oído. A lo largo de toda la saga, no sólo se enfrentará a chulos o tribus de indígenas del Amazonas con tal de encontrar a la mujer de su vida, sino que se jugará la vida a cada momento llegando incluso a salvar el mundo sin saberlo.
Por esto y por mucho más, no estamos ante una saga de aventuras fácil. Olvidaos de esas aventuras gráficas en las que nunca muere nadie y se puede mirar dentro del cañón de una escopeta sin ningún problema. En Leisure Suit Larry se muere, y mucho, si no somos precavidos. ¿A alguien se le ocurriría escalar una valla electrificada sólo por conquistar a una mujer? Sí, a Larry Laffer.
¡No vuelvas a decirme eso!
Si hay algo que hace especial a Leisure Suit Larry hoy en día es su sistema de juego. No sólo tendremos las típicas opciones de coger, usar y mirar, sino que en muchas ocasiones deberemos decirle a Larry exactamente qué es lo que queremos que haga. Esto le añade dificultad al juego y nos da la oportunidad de probar cosas tan absurdas como besar una puerta o, por el contrario, dotan a ciertas situaciones de un sentido que no tienen otras aventuras gráficas. ¿Qué suena más realista, usar piscina o tirarse a la piscina? Sí, en el fondo, Larry no es tan tonto.
Pero precisamente esto es lo que nos sacará de quicio más de una vez, pues no siempre Larry entenderá lo que queremos decir, llegando incluso a insultarnos sólo para prevenir que no le hayamos insultado nosotros a él. Sin duda esta es una forma bastante original de decirnos que por ahí no se llega a la chica; mucho mejor que el típico no entiendo o no sabría cómo de otras tantas aventuras. Una vez más, la faceta gamberra, tanto del juego como del protagonista gana la mano y nos mantiene delante del ordenador con esa media sonrisa que todos conocemos. Sabéis de sobra de cuál hablo, cochinos.
El mundo es un lugar peligroso, Larry
Si hay algo que hace distinta a esta saga, sobre todo teniendo en cuenta el momento en el que nació, es la atención por el detalle que es necesaria para jugarla. Desde el inicio, las pruebas que se deben pasar para demostrar mayoría de edad y empezar a jugar demuestran que el juego va a pillar, como en esos exámenes del profesor cabroncete que todos hemos tenido en el colegio. En este sentido, las muertes absurdas que sufrirá Larry a lo largo de toda su saga suelen hacer que digamos soy idiota, joder varias veces. Y sí, el taco es indispensable, porque el cabreo con uno mismo que surge cuando vemos a Larry morir a manos de un taxista cabreado sólo por no pagarle es indescriptible de otro modo.